(Del poemario "Tres para septiembre", que podéis encontrar completo en un enlace lateral)
I
Porque
pude aplazarte y no lo hice
me
encontraste desnudo.
No
conocí tus pliegos más oscuros
ni el
laberinto azul de todas tus mañanas
superando
a la noche como sombras,
pero me
reconozco en tus aceras.
Te
busqué con la inercia del que huye
del pago
de una deuda
y
encuentra su refugio
en la
mirada anónima de los puntos del mapa.
Quise
encontrarte ausente
y no
mirar tan pronto
a tus
ojos acuosos en el río Genil:
no sé
decirle adiós a una mirada.
Pero
encontré la piedra de tus noches
encadenada
al fondo
del frío
amanecer de las promesas.
II
Si te
quito la ropa
serán un
mapa abierto
los
rincones oscuros de tu cuerpo.
Guardas
con avaricia un mundo entre las manos
como un
tesoro virgen,
pero
puedo asomarme a tus abismos
y
provocar al día con mis dedos,
un
húmedo temblor
entregando
mi cuerpo como en un sacrificio.
Vamos a proponernos
que
igual que pierde el hielo de los vasos
su fría
compostura frente al whisky
con el
último trago ya no tenga sentido
la
puerta de tus piernas
cerrada
ni la
prudencia tibia de mi ropa.
Lo
negaré mañana
y se te
habrá olvidado y
mientras tanto
una
mesilla y un despertador
y el
frío como un huésped
tendido
en un sillón junto a la ropa.
III
Cada
puesta de sol
tiene su
biografía,
su
desgarro de púrpuras
o la
luna asomándose a unos labios.
Antes de
irse
el día
derrama
sus promesas
como en
un movimiento de caderas
hay una
profecía.
Los
amantes que beben
sus
labios junto al mar
sufrirán
su resaca de salitre.
El
hombre que lee solo
dibujará
su bosque de preguntas;
y el
niño que en verano
se
pierde en un paréntesis de dudas
mirará
los naranjas recordando
un
rostro en el desorden de pupitres
que dejó
en la ciudad
y
escribirá su nombre junto al río.
Cada
puesta de sol es una herida
abierta
al horizonte
que
sangra su nostalgia de violetas.
En cada
anochecer
promete
un Sol distinto su regreso
igual
que tus caderas
sacudiendo
la calle hasta perderse
al
doblar una esquina en la calle Ruiseñor
me
prometen volver.